lunes, 23 de enero de 2017

SERIE ENSAYOS



LO QUE EL LENGUAJE ENSEÑA
Maite Pérez-Lozao Macías 
23-1-2017

El poder de las palabras al abrigo de la esperanza o de la desilusión. El lenguaje es la herramienta y los sentimientos el motor que las impulsa. Escribimos con el corazón, esa parte minúscula del cerebro que activa nuestras emociones. El sistema límbico, se llama así, porque no tiene una forma concreta o más bien porque representa un área de trabajo del encéfalo que se encarga de dirigir nuestros pensamientos. Cuando tenemos que rebuscar tanto en el lenguaje para comunicar mensajes es que nos estamos alejando de las verdaderas emociones y eso puede tener un peligro mayor, que nos haga apartarnos de la verdad, o de como los hechos tuvieron lugar. Escribir de forma rápida evita que seamos falsos, que digamos lo que el oyente no está preparado para escuchar o para regalarle a la oreja y contarle lo que nadie les había dicho antes. Ser sincero es una virtud pero que puede desagradar enormemente. Muchas personas prefieren ocultarse en la ficción para evitar decirla de una forma directa, o suben a un escenario a contar la verdad que otros han podido escribir o dicho y no se han atrevido a decirlo en la realidad sino sólo utilizando el manto de la ficción y que el buen actor la hace como suya. El lenguaje, como todo, tiene dos formas de interpretación extremas. Es una herramienta, y como tal se puede utilizar para una buena o una mala acción. Si eres muy sincero puede que las reacciones sean numerosas y, si no lo eres, puedes estar contribuyendo a la deformación de la realidad y que los demás crean que es así y, al final, acabas creando más desilusión y miedo al fracaso, pues la realidad casi siempre supera a la ficción (frase muy acertada que no sé quién fue el primero que la dijo o la sintió), pero es muy descriptiva y elocuente. Por eso, escribir es la forma más cercana de conocer y conocerte. Las emociones y los sentimientos que se ocultan y que solo se pueden demostrar con la físicalidad del cuerpo, afloran matizados mediante el lenguaje y no siempre llegan con su intención real, porque la otra persona lo está interpretando con sus códigos y escala de valores de sus propios sentimientos. Por eso, al final somos lo que decimos y escribimos, no es del todo descriptiva. Somos lo que olemos, tocamos, percibimos con los sentidos e interpretamos de acuerdo a nuestro acervo cultural que define ese estilo. Por eso la forma de hablar y escribir define una cultura. El cómo se identifica ya no sé, pero seguirá estando sujeto a los sentimientos y a la percepción, pero en este caso sí existe el respaldo de un conocimiento experto: la filología. Siempre es bueno que seamos representados por un ente que nos trascienda. En este caso, la estructura del lenguaje y cómo se ha configurado desde las propias personas que lo engendraron, se convierten en un aspecto muy interesante, pero poco instruido desde las escuelas.

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