Escenas de parque
Maite
Pérez-Lozao 13-1-2017
La ficción contagia nuestras vidas. ¿Quieres casarte conmigo?-Le dice un adolescente a otro, portando un ramos de flores. ¿Estilo americano u ostentación de la ficción? Los artefactos nos transforman. El paisaje urbano está salpicado de personas hablando con los móviles como si fueran bocadillos a punto de ser comidos. Antes nos pegábamos el teléfono a la oreja pero ahora lo cogemos cuán rebanadas. Ahora ya no son teléfonos, solamente, son smart phones o teléfonos inteligentes. Una joven pasea a su perro y mientras va grabando esta audacia y transformando la acción a algo más que un simple paseo con su mascota. Quizá estaba contándole a su ser más querido lo bien que caminaba su perro. Cruzó la calle y me tropiezo por estar yo misma leyendo un whatsApp. El problema es que estaba cruzando un semáforo, menos mal que en rojo para los coches. Acabarán pensando las ciudades inteligentes para peatones absortos en sus apósitos inteligentes. Se me acaba de caer un pelo sobre la tableta y, al observarlo, parece un espermatozoide cruzando en el vacío de la pantalla digital. Lo orgánico se pierde en lo inorgánico. Cables y sensores para intentar comprender nuestro sistema. ¿Por qué está necesidad de comunicarnos constantemente con los demás? ¿Acaso no soportamos la soledad? ¿Acaso no soportamos la indiferencia de los demás? ¿Qué ocurre en nuestro cerebro? ¿Estamos siendo acosados por la conectividad que las máquinas nos proporcionan y nos enganchamos con el solo hecho de navegar en un mundo digital lleno de información de todos los conocidos y desconocidos del mundo digital? ¿Se pueden imaginar si llegásemos a contactar con los bichos y pudiésemos hablar, por ejemplo, con las hormigas y nos contasen cómo elaboran sus hormigueros y qué sienten en cada paseo para recoger víveres para alimentarse y sostenerse? Somos bichos en la colonia humana y todos hacemos lo mismo aunque nos creamos muy originales. Conocer lo que los demás hacen, imitar sus comportamientos y proponer otros para ser imitados nos ocupa buena parte del tiempo. Lo que nos queda para la soledad, sin estar atareados u ocupados como las hormigas o las abejas en un panal, es el tiempo para descansar y dormir, no pensar de forma consciente sino dejar a nuestra central de inteligencia que opere sola y sin más información que la que tiene almacenada y trabajando en modo ya autónomo. Lo demás, instantes de soledad en el tráfico digital ya no se encuentran ni en un simple paseo por el entorno urbano. Quizá necesitamos espacios de silencio, de no hacer nada, solo contemplar, respirar y liberar tensiones y malos pensamientos en contacto con la naturaleza. Idear espacios en la ciudad donde reine el silencio y que la única obligación sea eso, estar en silencio y escucharlo. Solo eso, silencio.
La ficción contagia nuestras vidas. ¿Quieres casarte conmigo?-Le dice un adolescente a otro, portando un ramos de flores. ¿Estilo americano u ostentación de la ficción? Los artefactos nos transforman. El paisaje urbano está salpicado de personas hablando con los móviles como si fueran bocadillos a punto de ser comidos. Antes nos pegábamos el teléfono a la oreja pero ahora lo cogemos cuán rebanadas. Ahora ya no son teléfonos, solamente, son smart phones o teléfonos inteligentes. Una joven pasea a su perro y mientras va grabando esta audacia y transformando la acción a algo más que un simple paseo con su mascota. Quizá estaba contándole a su ser más querido lo bien que caminaba su perro. Cruzó la calle y me tropiezo por estar yo misma leyendo un whatsApp. El problema es que estaba cruzando un semáforo, menos mal que en rojo para los coches. Acabarán pensando las ciudades inteligentes para peatones absortos en sus apósitos inteligentes. Se me acaba de caer un pelo sobre la tableta y, al observarlo, parece un espermatozoide cruzando en el vacío de la pantalla digital. Lo orgánico se pierde en lo inorgánico. Cables y sensores para intentar comprender nuestro sistema. ¿Por qué está necesidad de comunicarnos constantemente con los demás? ¿Acaso no soportamos la soledad? ¿Acaso no soportamos la indiferencia de los demás? ¿Qué ocurre en nuestro cerebro? ¿Estamos siendo acosados por la conectividad que las máquinas nos proporcionan y nos enganchamos con el solo hecho de navegar en un mundo digital lleno de información de todos los conocidos y desconocidos del mundo digital? ¿Se pueden imaginar si llegásemos a contactar con los bichos y pudiésemos hablar, por ejemplo, con las hormigas y nos contasen cómo elaboran sus hormigueros y qué sienten en cada paseo para recoger víveres para alimentarse y sostenerse? Somos bichos en la colonia humana y todos hacemos lo mismo aunque nos creamos muy originales. Conocer lo que los demás hacen, imitar sus comportamientos y proponer otros para ser imitados nos ocupa buena parte del tiempo. Lo que nos queda para la soledad, sin estar atareados u ocupados como las hormigas o las abejas en un panal, es el tiempo para descansar y dormir, no pensar de forma consciente sino dejar a nuestra central de inteligencia que opere sola y sin más información que la que tiene almacenada y trabajando en modo ya autónomo. Lo demás, instantes de soledad en el tráfico digital ya no se encuentran ni en un simple paseo por el entorno urbano. Quizá necesitamos espacios de silencio, de no hacer nada, solo contemplar, respirar y liberar tensiones y malos pensamientos en contacto con la naturaleza. Idear espacios en la ciudad donde reine el silencio y que la única obligación sea eso, estar en silencio y escucharlo. Solo eso, silencio.
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