Pensando en la educación como una vía para cambiar el rumbo, se me disparan pensamientos contradictorios, fruto de las experiencias vividas y de las numerosas entradas y opiniones leídas, no solo en artículos y periódicos de papel, sino en otros medios más comprimidos, extensivos y mucho más incisivos. Hay tantas formas de ver, sentir y pensar la educación que nunca podrá haber consenso ni acordar programas educativos. La educación me temo que es también una cuestión de intereses y como tales navegan al son del viento. Hubo épocas mejores, brillantes, ilustradas; hubo épocas peores, de sombras, de pocas luces, de orientaciones pedagógicas más o menos acertadas; y hay épocas de pérdida de esperanza o de pérdida, simplemente, que amenazan agujeros negros que nos atrapan sin más intención que la de su propia física, con intención gravitatoria y fuerza real. Así se va escribiendo la palabra educación, por los propios intereses de unos pocos, de algunos muchos y, sin lugar a dudas, de los aires globales que se van imponiendo con las presiones mediáticas que son las que gobiernan físicamente el mundo de lo subjetivo, el nuestro, el de los propios intereses. La necesidad de cambio o de mejora, o de supervivencia de la educación como herramienta para moldear una sociedad que gire en torno a determinados ideales o modos de vivir nos mantiene en alerta y en calidad de pensadores críticos para pasar a la acción. La necesidad, y no los intereses, debe impulsar soluciones de naturaleza educativa.
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