sábado, 8 de junio de 2013

6:15


Esperando en la consulta del médico, el llanto de una niña, que eleva su queja cada vez más alto, me hace regresar al pasado. Las voces de las enfermeras haciendo su trabajo, llamando a los pacientes a consulta. Estoy preocupada, se decide el futuro. Cada decisión que uno toma entraña un riesgo. Estoy cansada. Me han sangrado las encías, mal presagio. La sangre, fluido de la vida, mana sin parar y las fugas no son buenas, algún mecanismo falla. Estoy mayor. A las 61 años y medio la vida pesa. Una silla de ruedas pasa por delante de mi teclado. Ahora tengo 50 y los momentos buenos ya han pasado.  Algunos me dirán que todavía quedan buenos, pero la energía es mínima y el desgaste comienza a hacerse patente, aunque no nos guste. Atrapar los pensamientos en una hoja que puede volar rápido, compartir tus sentimientos sin el desgaste de tus cuerdas vocales es , en cierta forma, un alivio.
 La consulta, la duda, la decisión,..., son parte de la rutina. La pérdida de agua, de ese líquido que nos dio la vida, es un síntoma de la antesala de la vejez; pelo encrespado, reseco y castigado por el sol,  un cuero cabelludo poco lustroso,  uñas listadas y una piel arrugada definen la vejez. Un cerebro maduro, experimentado y bien conexionado ayudan a verla con otro matiz. La sabiduría que nos otorgan los años no es suficiente para ser reconocido o querido. Probablemente seamos recordados por todo lo que hicimos o no hicimos, por lo mucho que nos echaran de menos los seres amados y que te aman, quizá es el consuelo que nos queda a los que vamos yendo hacia ese estadio de la vida, el descenso hacia el vacío de donde vinimos. Experimentarlo puede ser duro, pero más duro sería ni siquiera haber tenido la posibilidad de hacerlo. Mal de muchos, consuelo de todos. Todos compartimos el mismo destino, ese es nuestro mayor motivo de empatía. 
Llegar a conseguir el secreto de la eterna juventud no nos hará más felices, la línea del tiempo no permite paradas. Todo proceso que se altere traerá consecuencias impensables, pero seguro que creara otros problemas no menos complicados de afrontar que el propio proceso natural de envejecer. Aceptar el paso del tiempo es cuestión de tiempo, y la vida solo se vive una vez. 

Todavía no me han llamado a consulta y mis dedos me impulsan a escribir. Nadie a mi lado inicia una conversación, todos tenemos una tableta o  móvil que nos permite la comunicación permanente. El aislamiento debe ser de las peores experiencias humanas. Recuerdo el cosmonauta perdido en su nave sin posibilidad de retorno, experimentando la muerte con un largo preámbulo. Todos deseamos que el mal trance pase rápido, pero incluso el dolor es vida y esperanza para superarlo. La incógnita de nuestro final se resolverá justo en el final, algunos lo verán desde lejos y otros, los más afortunados, ni se llegarán a enterar. Así debiera ser nuestro desenlace final. 

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