viernes, 30 de abril de 2010

La Fragua

Desde la azotea de su casa, cada mañana que abría la puerta de la terraza, salía a echar un vistazo y vislumbraba siempre el mismo panorama; un polígono de añorada naturaleza, un espacio cuidado, una zona de descanso y recreo..., un lugar para la relación, donde cohabitan nuestro pensamientos con nuestros compañeros más preciados, silenciosos y complacientes, el parque donde solía jugar.

Esas verdes y fastuosas plumas, elegantes y esbeltas; tiesas pero flexibles, pavos sin movimiento, pero constantemente articuladas por las brisas; con sus ramilletes dorados, nos evocan pasajes, nos proponen acciones, nos ilustran y contagian su esplendor.

Sentada a los pies de un árbol, sacó la pluma que le había regalado su abuelo y decidió experimentar el arte de escribir. En un principio no sabía que contar, qué escribir, pero pronto se le fue iluminando su intelecto y dejándose llevar comenzó su primer relato corto.

Al llegar a casa y releer sus notas sintió aquella musicalidad en sus escritos, orgullosa y plena de satisfacción decidió escribir todos los días a los pies de un árbol, sin importar en que lugar del mundo se encontrará, pero tenía que luchar por conservar a esos seres silenciosos, solemnes compañeros de la humanidad, que sin ellos se podría llegar a extinguir la llama de la pasión por conocer y comprender la propia esencia de la humanidad, y peor aún la de la propia naturaleza.
Maite

2 comentarios:

  1. Mi comentario de abajo era para este escrito.La informática es desobediente, ya sabes... Un beso

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  2. Ya me extrañaba, pero reitero mis agradecimientos
    besos

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