Desde la azotea de su casa, cada mañana que abría la puerta de la terraza, salía a echar un vistazo y vislumbraba siempre el mismo panorama; un polígono de añorada naturaleza, un espacio cuidado, una zona de descanso y recreo..., un lugar para la relación, donde cohabitan nuestro pensamientos con nuestros compañeros más preciados, silenciosos y complacientes, el parque donde solía jugar.
Esas verdes y fastuosas plumas, elegantes y esbeltas; tiesas pero flexibles, pavos sin movimiento, pero constantemente articuladas por las brisas; con sus ramilletes dorados, nos evocan pasajes, nos proponen acciones, nos ilustran y contagian su esplendor.
Sentada a los pies de un árbol, sacó la pluma que le había regalado su abuelo y decidió experimentar el arte de escribir. En un principio no sabía que contar, qué escribir, pero pronto se le fue iluminando su intelecto y dejándose llevar comenzó su primer relato corto.
Al llegar a casa y releer sus notas sintió aquella musicalidad en sus escritos, orgullosa y plena de satisfacción decidió escribir todos los días a los pies de un árbol, sin importar en que lugar del mundo se encontrará, pero tenía que luchar por conservar a esos seres silenciosos, solemnes compañeros de la humanidad, que sin ellos se podría llegar a extinguir la llama de la pasión por conocer y comprender la propia esencia de la humanidad, y peor aún la de la propia naturaleza.
Maite
Mi comentario de abajo era para este escrito.La informática es desobediente, ya sabes... Un beso
ResponderEliminarYa me extrañaba, pero reitero mis agradecimientos
ResponderEliminarbesos