Erase una vez una niña muy sensible y
juguetona. Acariciaba a su pequeña mascota digital con la misma ternura que a un
ser vivo. Había nacido en un pueblecito interior, de clima frio y continental,
pero protegido de los humos de las grandes urbes. Solía ir al pantano por las
tardes con sus amigas y hacer figuritas con el barro, demostrando tanta maestría, que se había
ganado la fama de tener manos de artista. Aunque para ella, era solo un juego.
Pronto su familia se trasladó a la ciudad en busca de nuevas oportunidades. Ya en la ciudad, el padre compraba verduras a una buena mujer que con sus manos, y sin más aditivos, conseguía hacer crecer los más sabrosos vegetales que la tierra podía producir. Cultivaba zanahorias, puerros, cebollas y hasta nabos morados y batatas anaranjadas. De vez en cuando, les llevaba huevos de sus gallinas que alimentaba con maíz y trataba con tanto cariño como ponía en su huerto.
Pronto su familia se trasladó a la ciudad en busca de nuevas oportunidades. Ya en la ciudad, el padre compraba verduras a una buena mujer que con sus manos, y sin más aditivos, conseguía hacer crecer los más sabrosos vegetales que la tierra podía producir. Cultivaba zanahorias, puerros, cebollas y hasta nabos morados y batatas anaranjadas. De vez en cuando, les llevaba huevos de sus gallinas que alimentaba con maíz y trataba con tanto cariño como ponía en su huerto.
Un día, en casa, al volver del colegio, con
la misma sonrisa puesta y un gran apetito a sus espaldas hizo la pregunta de
todos los días mostrando, tímidamente, su agradecimiento: ¿Qué hay hoy para comer?, Hoy creo que
te encantará, respondió su madre. “Tenemos arroz, salsa de tomate y un huevo
frito”. La niña comenzaba a segregar jugos mientras saboreaba el aire cargado a
ajo frito del arroz y los vapores desprendidos en la coagulación de las proteínas del huevo.
Se sentó a la mesa y comenzó a coreografiar, con el tenedor, hasta que el plato lucía a su gusto y comenzaba a engullir el alimento.
Probó primero el arroz, luego comenzó a desnudar el huevo por la clara; blanca,
densa, consistente,…, y reservaba la yema para el final. De repente, se retira de la mesa, se levanta y dice: "mamá,
¡qué asco!, yo no me como este huevo, mira!". La madre lleva su vista al plato y
observa un pequeño corpúsculo rojizo. Pensó: "ya se ha caído un gorgojo en la
yema". Entonces, dijo la niña: “¡Yo no me como un huevo fecundado!”. La madre no dijo nada. La niña cogió su móvil, sacó una foto al huevo y manifestó: “le
enseñaré a mi profesor de biología el embrión de pollito”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario