domingo, 19 de enero de 2014

DOMINGO

Rebeca yacía en su cama, remolona, después de un sábado intenso dedicada a sus investigaciones. Tenia una oferta de trabajo con un instituto privado de Londres para implementar una aplicación para la mejora del bienestar en un ambiente de co-working. Necesitaba estar descansada para poder empezar a crear. “Me tomaré el domingo de ocio total y haré exactamente lo que me apetezca". Se dijo a sí misma. Eso era algo inusual en su horizonte pues tanta actividad la tenia enganchada y el solo pensamiento de no hacer nada la ponía enferma. “Necesito generar nuevas fuentes de adrenalina en ambientes relajados”. Con esta nueva orden se puso en su ordenador a buscar en internet formas de ocio en la ciudad, en el campo, con o sin amigos. Ya estaba otra vez enfrascada en la maldita máquina. En un acto de rebeldía desplazó su sillón y el sonido del roce de las ruedas contra el suelo cerámico activo su sistema límbico. Se vistió, rápidamente, y se fue a correr por la playa para liberarse de si misma y dejar entrar el aire por sus alveolos tratando de interrumpir todo pensamiento.

Era domingo y, sin darse cuenta, ya estaba metida de lleno en el trabajo.

sábado, 18 de enero de 2014

EL HUEVO FECUNDADO

Erase una vez una niña muy sensible y juguetona. Acariciaba a su pequeña mascota digital con la misma ternura que a un ser vivo. Había nacido en un pueblecito interior, de clima frio y continental, pero protegido de los humos de las grandes urbes. Solía ir al pantano por las tardes con sus amigas y hacer figuritas con el barro, demostrando tanta maestría, que se había ganado la fama de tener manos de artista. Aunque para ella, era solo un juego. 

Pronto su familia se trasladó a la ciudad en busca de nuevas oportunidades. Ya en la ciudad, el padre compraba verduras a una buena mujer que con sus manos, y sin más aditivos, conseguía hacer crecer los más sabrosos vegetales que la tierra podía producir. Cultivaba zanahorias, puerros, cebollas y hasta nabos morados y batatas anaranjadas. De vez en cuando, les llevaba huevos de sus gallinas que alimentaba con maíz y trataba con tanto cariño como ponía en su huerto.

Un día, en casa, al volver del colegio, con la misma sonrisa puesta y un gran apetito a sus espaldas hizo la pregunta de todos los días mostrando, tímidamente, su agradecimiento: ¿Qué hay hoy para comer?,  Hoy creo que te encantará, respondió su madre. “Tenemos arroz, salsa de tomate y un huevo frito”. La niña comenzaba a segregar jugos mientras saboreaba el aire cargado a ajo frito del arroz y los vapores desprendidos en la coagulación de las proteínas del huevo.

Se sentó a la mesa y comenzó a coreografiar, con el tenedor, hasta que el plato lucía a su gusto y comenzaba a engullir el alimento. Probó primero el arroz, luego comenzó a desnudar el huevo por la clara; blanca, densa, consistente,…, y reservaba la yema para el final. De repente, se retira de la mesa, se levanta y dice: "mamá, ¡qué asco!, yo no me como este huevo, mira!". La madre lleva su vista al plato y observa un pequeño corpúsculo rojizo. Pensó: "ya se ha caído un gorgojo en la yema". Entonces, dijo la niña: “¡Yo no me como un huevo fecundado!”. La madre no dijo nada. La niña cogió su móvil, sacó una foto al huevo y manifestó: “le enseñaré a mi profesor de biología el embrión de pollito”.  



martes, 7 de enero de 2014

ESQUIVAR

Eran las cinco de la tarde y Rebeca se había quedado dormida después de deleitar su aromatizada sopa con apio. Se levantó indecisa. No sabía si ir a dar un paseo para despejarse o sentarse directamente a trabajar en su despacho. La sola idea de perder el tiempo la ponía nerviosa. Algunos días atrás había decidido ir a la consulta de un terapeuta para poner en orden sus pensamientos y adquirir mayor tesón para enfrentar los problemas del día a día. El terapeuta era un ser curioso, con la mirada perdida. Le acompañaba una buena reputación. Era como estar hablando con alguien sin derecho a réplica y eso le hacía sentirse a gusto.
Sus investigaciones recientes sobre el comportamiento humano la estaban aislando y mermando las habilidades sociales. Su ex novio la llamaba a veces y parecía querer retomar su relación. Su amiga Nayra estaba convencida de que ella no había olvidado su primera relación y debía tener otra para salir de dudas. El terapeuta le recomendó cambiar de ciudad. 
Rebeca, finalmente, decidió ir a dar un paseo, perderse por las calles de La Laguna, sin rumbo, dejando que los sentidos fueran dibujando el mapa y que actuara su propia homeostasia. Posó su vista en un grafiti contemplando el fiel reflejo de lo que estaba pasando por su mente y, al momento, sintió una palpitación de aire fresco rozando su cuello. Su piel se erizó. Se gira sobresaltada y comprueba que era su ex novio. “Hola”, exclamo Rebeca, casi gritando. ¡Qué susto me has dado!. A los cinco minutos de estar con él comenzaba a sentirse incómoda y, sin palabras elocuentes, pidió disculpas y se alejó rápidamente de él siguiendo el mapa que su mente había trazado. Antes de llegar a casa se sentó en un banco, sacó su libreta y anotó: esquivar.


sábado, 4 de enero de 2014

CELERY

Hoy me he levantado con mal sabor de boca, se decía Rebeca. Llevo varios días con flemas y una sensación de ahogo que empieza a preocuparme. ¿Me estaré poniendo enferma?. Rebeca anunciaba sus pensamientos negativos al aire cada mañana antes de ponerse a trabajar. Era una costumbre que no había adquirido de nadie, lo hacia, simplemente, para encontrarse mejor. Se puso a cocinar para adelantar tareas. La preparación de las comidas le divertía, en parte, pero los quehaceres de la casa no le agradaban nada y le recordaba lo intrascendente de la vida y, la falta de interés en lo cotidiano, casi la identificaba.
El aroma del apio que acababa de echar en la sopa le recordó su pasado en Londres. Conoció allí su ácido y amargo sabor. Una palabra que aprendió directamente del inglés y no sabía, ni le importaba en aquel momento, su traducción, ni perdió la sensación y la asociación del concepto como ya había presagiado, en su tiempo, Aristóteles.

Terminó su sopa de verduras y escogiendo cuidadosamente el caldo, con una garcilla de metal, lo dispuso en un tazón de porcelana para saborear el gustoso brebaje y sentarse en su sofá para romper la tensión superficial en su garganta. La sensación de asfixia con la que se había levantado desapareció casi sin darse cuenta.