La
Navidad me recuerda a mi familia. Los envoltorios de Navidad, rojos y
plateados, de un material maleable, dúctil, …
Ya no se fabrican con tanto esmero y mimo. Son mucho menos resistentes,
de corta duración, e incluso fríos y poco sensoriales al tacto.
Mi
padre hacia copitas de envoltorios de bombones, con fina plata de iridiscentes colores.
Mi mente de niña disfrutaba viendo la creación. Era capaz de crear magia con
sus manos. Hombre parco de palabras y muy elocuente en sus acciones. Era una
generación auténtica, daban sin esperar nada a cambio, habían sufrido el odio y
la sinrazón. Nunca me educó en el odio ni en la amargura. Adornaba el árbol y
ponía el Belén en una casa nada tradicional. Solo el mero placer estético de
albergar una gran familia unida, de corazón, no de formas, ni de obligaciones.
Nunca se tomaban las uvas de la suerte, el cansancio y el ciclo vital iban en
contra de sus propios biorritmos.
Pienso que el sentido del tacto sea uno de los más necesarios en una
sociedad crispada y, por eso triunfa, año tras año, la tradición de la Navidad.
Los festejos en familia, las reuniones familiares, comidas copiosas y mesas
adornadas, protocolo de felicidad. Y es que la Navidad es la felicidad, es el
día de la felicidad, del nacimiento de la vida de que estamos vivos y podemos
compartirlo. La muerte es solo compartida en un secreto muy bien guardado.
Todos las almas que dicen las tradiciones que vagan en el océano de negrura son
los resquicios que nos quedan de los vivos que nos hicieron sentir. Hoy,
comiendo un dulce navideño volvió mi padre a cobrar vida, unas cálidas manos,
instrumento de un artista de corazón. Ojalá nunca se borre esta sensación en mi
cerebro. Feliz Navidad, artistas del mundo, obradores de obras y realizadores
de sueños, gracias por seguir haciendo que todos los días sean un poco
Navidad.
Precioso, Maite. Y muy emotivo.
ResponderEliminarFELIZ NAVIDAD, AMIGA
Myriam
Gracias Myriam y feliz año 2016
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