Vivimos tiempos revueltos, cargados de
negatividad, entes bipolares, neuróticos, protestones y algunas musas y duendes.
Ya lo definió muy bien Zigmun Bauman, con el símil de la modernidad líquida. Cada
vez la humanidad se disuelve más y más y lo individual se llega casi a anular. Nos
ahogamos en este líquido, un caldo hecho a fuego lento, cocinado por todos y
para todos, a la vez, con diferentes criterios pero todos presentes, así lo estamos
configurando. Al final un caldo marrón, sin personalidad, brillo y frecuencia por
definir de sabor amargo y pH ácido, insano.
Hay que echar el ancla y asir cualquier mano
para formar islotes en este caldo postmoderno. ¿Volver a nuestros orígenes?. Extraños
coacervados, seres sin conciencia, primitivos antepasados, copiotas inconexos. No
hemos salido de ellos para constituirnos, de forma consciente, en una masa homogénea,
estamos creando nuestro propio destino y sin más se diluye pasando desapercibidos,
formando parte de ese plasma social que hemos orquestado desde la más pura de
la consciencia: la humana.
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