Cada
mañana empezaba la jornada con un suculento y maravilloso desayuno insular. Una
taza de leche con gofio, como su abuela le había acostumbrado, un buen zumo de
naranja y tantas tostadas como su sensación de más le perdurase en su estómago
al igual que su madre hacía.
Su
madre era profesora de Biología en una escuela técnica de Barcelona. Hacía
mucho que no hablaban pues mantenían ciertas discrepancias por su parecido
temperamento. “La danza sale de la panza”, decía su madre, pero luego añadía “hay
que mantener un equilibrio entre lo que se ingiere y lo que se consume”. Rebeca
siempre tenía la extraña sensación de que su madre nunca confiaría en ella.
Leía
la prensa local y se divertía con cada artículo de opinión que a otros compañeros
de trabajo encendían. Después en el café se reían de los insólitos comentarios
y formas de entender los hechos que tenían los sujetos que escribían, desde sus
blogs de opinión, o incluso los mismos periodistas ya entrenados y de
afiliación sospechosa que respondían a los estereotipos donde todos nos encasillamos
alguna vez por comodidad. Sin embargo, Rebeca parecía no pertenecer a ninguno
en concreto y un poco a todos, lo cual la situaba en una difícil tesitura respecto
a la defensa de sus modos o pareceres.
Conservadores
frente a republicanos, socialistas frente a populistas, comunistas o “rojos”
frente a fascistas o “fachas”, ecologistas frente a liberales, indignados
frente a políticos, y un sin fin de posturas enfrentadas que Rebeca estaba
intentando organizar y definir en una aplicación antes de que se lo pidieran.
Rebeca
por aquel entonces estaba redactando un informe sobre los tipos de noticias en
relación con los idearios políticos. Nadie le había encargado ese trabajo lo
hacía por hobby cuando quería liberarse del rutinario que le daba de comer: la
empresa TECOMO de tele-comunicaciones en medios de prensa ordinarios que
realizaban estudios de mercado sobre lo que interesaba a las sociedades para intentar,
eso solo lo presumía ella, establecer un control del pensamiento humano y poder
hacer predicciones para controlar el futuro de la humanidad.
Terminó
su quinta tostada con mantequilla y mermelada de higos casera, se lavó sus
dientes y salió en dirección a la Rambla de Pulido donde el tranvía la llevaría
a la sede de TECOMO en La Laguna. Hacía sol, como de costumbre, pero llevaba
una chaqueta de lana para combatir la humedad de La Laguna.