INGRAVIDEZ (6-mayo-2011)
No podía ocultar sus enormes deseos de ser sorprendida o por algún acontecimiento que rompiera la monotonía o por algún incidente fuera de lo normal que la hiciera entrar en un nuevo estatus de vida.
Curioseando el libro de la mesita, como un amante celoso en busca de la prueba palpable, de la inevitable infidelidad de las parejas estables, que en silencio, en sus ratos consigo mismos, dejan volar su imaginación y se inventan vidas diferentes, incluso aquella que no desean de una forma racional pero que de alguna manera anhelan experimentar como droga prohibida, no por tabú ni prejuicio sino por el consabido efecto perjudicial a largo plazo.
Eran las cinco menos veinte y seguía sentada en la taza del vater, intentando liberarse del peso de las duras heces. Las piernas se le dormían y daba pataditas para llevar la sangre a las extremidades inferiores. Efímera ingravidez, ya no sentía sus pies, y lentamente se iba apoderando del resto de las piernas ese molesto calambre hasta llegar a las caderas. Tuvo que ceder y dejar el bolígrafo, aunque no le dejaban de aflorar pensamientos, como si quisiera rellenar su propio silencio, su momento de estar a solas consigo misma.
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