...., embrujos, palabrerías y conjuros de aprendices pertinaces y afiladas
aves de presa a la espera del mínimo error para actuar, para quitarte la comida,
el recurso o la dignidad. Afirmaciones que llegan directas al corazón, frases
engañosas que se pliegan como marionetas hasta la próxima actuación. ¿Hay una
forma más sofisticada para herir sin causar sangre, ni siquiera huella, limpia,
aséptica y sin marcha atrás?
Puede que todo sea una ilusión y estrategia de supervivencia. Inventar y
reinventar hasta la saciedad, agotar al supuesto enemigo, aniquilar toda
sospecha de bondad para lanzar el ultimo dardo venenoso para inocular la
esencia del otro y anular el pensamiento que va en contra de la manida y
retorcida verdad o certezas que son falseadas por arte de magia, por sabios
conjuros que susurran a oídos de necios y convencen como mancha de aceite sin
mezclarse en el agua y ahogan la superficie para volverla opaca.
Así, creamos lenguajes faltos de ética y pensamos que la ética está en las
palabras porque las palabras las hacemos nuestras y con la autoridad que les
conferimos lanzamos llamaradas o fogonazos contra todo lo refutable y/o
verdadero, porque vivir con la verdad es tan dañino que algunos iluminados se
encierran en catedrales del silencio para combatir o más bien como forma de
resistencia a un enemigo que crece fuerte cambiando de aliados cada vez que es
descubierto; fuerzas invisibles que se unen para derrotar a la verdad, una
cruda verdad que asquea y provoca, limpia y clara como el agua en su nacimiento
y ya turbia en su lugar de desembocadura, malgastada y maltrecha es remansada, doblegada para pasar a ser fangosa y escaparse convertida en fluido etéreo, limpio
y casi puro, sin polvo ni lodos, solo agua, molécula agitada y libre, por fin, en el
aire.
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