domingo, 16 de noviembre de 2014

SALSA DE TOMATE

Domingo en la mañana, salsa de tomate casera y cocido al estilo madrileño. Corto la cebolla, lloro. Pongo un poco de pimiento verde ( italiano), orégano y un poco de pimienta (negra) para dar gusto a los comensales. Sacó un puerro de la nevera y lo dispongo en la tabla de madera. Le quitó la capa externa y ya, desnudo e indefenso, lo secciono con el filo de un desgastado cuchillo. Lavo sus partes con mimo, las pongo en la olla y las cocino. 

Mientras, el castizo brebaje comienza a soltar la espuma de las entrañas del morcillo, músculo que soporte el cuerpo del desgraciado animal nacido para alimentar. De nuevo, mi mirada se posa en la sartén donde los tomates poco a poco se van convirtiendo en salsa y sus moléculas se difunden por la estancia.


Me retiro y observo. Pienso. Después, tengo otra cosa que hacer. Tendré tiempo para hacerla, no dejo de pensar. Las palabras de la noche acuden sin llamada. Camino hacia el salón, intentó dejar que se vayan. La aplicación del whatsapp vuelve a sonar. Es el tercer mensaje de la mañana. Dos grupos simultáneos me cuentan, me informan. No dejo de recibir estímulos. Vuelvo a dar vuelta a la salsa de tomate, ésta vez hirviendo. Bajo la intensidad de la placa y me quedo ensimismada con el rojo de la salsa. Ya no entran palabras, solo la fragancia del tomate frito.

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