sábado, 22 de julio de 2017

ODA A ASTURIAS




Cae el verano, lento y sumiso, por delante de nuestras ventanas. Oscurece el día y el nubarrón tiembla. Golpea en las ventanas una lluvia muy gruesa y poco densa. Se pueden contar las gotas, una, dos, tres, ...., hasta seis. Se dibuja una constelación en mi ventana, no es Orión  ni Casiopea, es la Osa Mayor que se tatúa en la ventana. Dentro, en la estancia, los muebles se hinchan de gozo y un olor a hongos despierta el alma. Asturias, fragancias de verde y gris, verde de musgo y hiedras, gris ceniza, de cielo. Se respira calma y sosiego dentro de la casa. Un verano lluvioso para jugar a las cartas, y hacer frixuelos y bollinas y dulces tartas. Tardes entretenidas, manos que amasan con cariño, para alumbrar la masa y culminar la tarde con chocolate a la taza y deliciosas viandas para endulzar la estancia. 

viernes, 7 de julio de 2017

NO ESTAMOS SOLOS

No estamos solos
Maite Pérez-Lozao Macías
7-julio de 2017


La soledad nunca viene sola, qué gran verdad. Como todo, es una sensación. No estamos solos, nos sentimos solos. Luchar contra nuestras propias sensaciones es difícil. Somos un caldo de cultivo para los seres microscópicos y ellos nos acompañan desde siempre, claro, desde nuestro origen como seres humanos. Qué fue primero ¿el hombre o la mujer? Los dos a la vez pues si no, no estaríamos ahora contando historias. Las historias, nos acompañan siempre y son lo que nos hace combatir nuestras propias sensaciones, intoxicándonos de ellas. Desde el invento de la reproducción sexual, con la existencia de dos entes portadores de las unidades con capacidad de desarrollar un individuo, se podría decir, que no estamos solos. Nos necesitamos, al menos, y por eso tendemos a estar juntos, por si acaso. La soledad es una condición que se busca, no se encuentra, ahí está por si quieres entrar en ese espacio de comunión contigo mismo y tus seres microscópicos que casi gobiernan nuestras reacciones. Esto, claro está, es la metáfora de la vida. Nacemos solos, con la ayuda de nuestros seres queridos y de personal técnico si tenemos suerte, pero podríamos nacer solos. Estamos preparados para encontrar nuestro camino, siempre y en todo momento. Nos hacemos dependientes por interés y por necesidad pero podríamos estar en perfecta armonía con nuestros seres microscópicos. Nuestro universo pequeño se hizo grande y formamos un conjunto organizado, nuestro cuerpo, que tiene la entidad propia y todas las funcionalidades.
La necesidad de buscarnos y encontrarnos guía nuestros actos. Somos animales. La evolución actúa no en un individuo sino en el conjunto de unos cuantos que por sus transformaciones pueden llegar a ser de otra especie y entre ellos reproducirse. No había sexo, solo unidades reproductoras con capacidad de interaccionar y formar nuevos seres capaces de seguir albergando a nuestros seres microscópicos y a nuestra sensación de “yo”. No estamos solos, pero nos sentimos solos, sobre todo cuando esa capacidad de reproducción llega a su fin y entonces empezamos a ser casi invisibles o con una cierta disfuncionalidad que nos aporta una sensación de ser inútiles de ahí en adelante. Y en realidad es así, salvo que hemos creado otro ser, el inteligente, el que no solo se lleva por los sentimientos y es capaz de seguir siendo lo que se proponga, a pesar de haber perdido una función biológica importante. El sentimiento del amor, el cariño, el reconocimiento, el agradecimiento, y un largo etcétera que nos ayudan a seguir luchando por mantener nuestro hueco en lo social, en ese macro-organismo que tiene sus propios seres macroscópicos y microscópicos al servicio de la vida, de lo social, de lo humano. Pero sin inteligencia no tomaríamos ni buenas ni malas decisiones, solo actuaríamos como animales básicos, con nuestros seres microscópicos encantados de ser nuestros huéspedes y sin importarles nada más que buscar otros cuerpos más nuevos para seguir estando en ellos. Habitar mundos orgánicos que son la base para seguir manteniendo la vida. No nos olvidemos que somos soporte de vida, más allá de nuestras sensaciones. La soledad nos pone en armonía con estos seres, aunque no formen parte de nuestro proyecto vital, vienen de serie y están para ayudarnos y, a veces, causarnos enfermedades como respuesta a sus guerras interiores. No estamos solos, estamos muy bien acompañados sin percibirlo.