lunes, 16 de febrero de 2015

LA CÁPSULA DEL TIEMPO

La vida a veces da vértigo. Vértigo pensar lo que queda y como irá cambiando. Paseas por un paseo de la costa y ves parejas mayores de la mano, viejas parejas con mucho amor, resignados y alegres. Hay de todo; algunos en silla de ruedas, otros, en vehículos motorizados llevados por sus parejas o acarreando a sus hijos o nietos.
 La vida pasa y el presente te hace bascular entre el pasado y el futuro. Los hijos crecen, se hacen mayores y tú,  mucho más. Y cada vez más, notas más el peso de la edad; empiezan a aparecer las molestias en los huesos, músculos y extremidades adonde la sangre fluye con más dificultad, sobre todo, en aquellos que tienen peor circulación. No importa si te bañas, hacer ejercicio o descansas, la sensación al levantarse es siempre gris, si bién enseguida se disipa y retomas el día con ilusión, olvidando aquellos pensamientos grises que entristecieron el amanecer, pero tan necesarios y reales para comprender nuestro fin. Un final secreto, oculto en nuestros genes, programados para tener un principio y un fin. Esa es la gran paradoja de la vida, dar para recibir, porque así se perpetúa la especie tal y como nos han enseñado los manuales de biología. 
Celebrar la vida todos los días, es casi una obligación. Estar vivos; poder seguir siendo bípedos, “ecologistas”, artistas o simplemente humanos, es un regalo que la madre naturaleza ha forjado en sus entrañas durante millones de años de evolución; desde la bacteria hasta los primates, configurando un mapa de vida complejo, variado y fascinante. Secuenciamos el genoma, conocemos muchos de los entresijos moleculares de nuestras células, pero no hemos comprendido todavía la alquimia de la felicidad. Envidiamos, deseamos, amamos, lloramos, queremos y odiamos todo ello junto y separado por etapas o momentos. 
Poder encerrar el tiempo en un frasco y experimentar con él es todavía un reto inalcanzable, quién sabe, cuando los físicos teóricos lo conciban como un coctel de partículas que se frenen entre si y consigan parar el tiempo de su propio entorno, o sistema, entonces quizá podamos gozar de momentos o instantes para ralentizar o amplificar nuestros peores o mejores momentos.
Sin embargo, si este deleite es siempre constante no tendríamos un referente contrario para identificarlo, compararlo y nos habríamos quedado encerrados en una especie de cápsula de la mentira. Quizá esta sea la definición más suave de nuestro final: encerrados en una auténtica cápsula invariable de tiempo.

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