miércoles, 18 de febrero de 2015

EL HUEVO Y EL POLLO

 Hoy ha se ha roto el huevo y ha florecido el limonero. El cielo azul se esconde detrás de las blancas nubes. El verde de las praderas está lejos. Las cimas de las elevaciones no se aprecian desde el patio. Todo parece estar en su sitio, aunque nunca es el mismo. Las nubes en el cielo, las plantas en el suelo, la mirada sobre el paisaje en busca de sosiego, no, de deseo, no, de espacios distintos donde posar la mirada y descubrir lugares escondidos por descuido, amplificados por la perspectiva.

Si estoy haciendo algo pienso inmediatamente lo que no estoy haciendo o lo que podría estar haciendo en lugar de aquello otro. Falta de concentración, seria el diagnóstico fácil, falta de ilusión, el otro, pero quizá sea el afán por vivir intensamente, manejar varias dimensiones de tiempo en el mismo espacio, en un mismo plano o instante de vida. Meto el pollo en el horno, medio pollo, somos pocos comensales. Miro por el gran ventanal, casi puerta que nos separa del mundo exterior, exterior de los muros de la casa donde los humanos hacemos gran parte de nuestra vida y actividades. Pincho el pollo para sacar el jugo poco a poco, descubro un limón en el árbol y pinto una escena. La noche ha sido medio dura como un huevo a medio hacer, despierta y con leve dolor.  Cuando consigues desconectar y sumirte en tu ciclo de descanso te levantas bien, con buenos pensamiento y buenas intenciones de hacer algo digamos productivo. Entonces, tus manos poco diestras y un poco torpes pierden coordinación y derraman la leche en la nevera. Te das cuentas de la falta de descanso y de lo que es capaz de provocar. Los pensamientos fluyen en la mañana patinando sin darte cuenta porque ya metidos en tu propia carcasa algún mecanismo impide darle cuenta de la torpeza de tus acciones. Cojo la cámara de fotos y me la cuelgo al hombro, salgo a mi jardín privado en busca de escenas que proyecten mis ansias. La historia del huevo y la del pollo son similares. Primero prepare el pollo y luego pinche el huevo. La primera intencionada y la segunda sin querer. Así debieron ser nuestro orígenes, sin intención, al principio, pero luego bien medidos e intencionados.

lunes, 16 de febrero de 2015

CARNAVAL

Carnaval, otra mirada del mundo, de nuestro alrededor, poder poner el mundo patas arriba, sacar del baúl las ropas antiguas de nuestros abuelos, disfrazarnos de hombre, si soy mujer, o de mujer, si soy hombre, o de transformarme en ni mujer ni hombre, a medias, un poco de cada, una mezcla de lo que me apetece ser en un momento, ni una cosa ni otra, indefinido, no formal, no establecido; un animal bicéfalo, con cuernos o sin cuernos, pero animal. Reírme de mi , de mi otro yo, del yo de los demás .... y además con permiso, en la calle, en la plaza, en el barrio, ... ; sentirme a gusto conmigo mismo y poder expresarlo en sociedad, con los demás. 

 ¡ Es carnaval !,
 vivirlo en la calle, 
de día y de noche, 
y, por la tarde, 
de siesta para recuperar
 Volver mañana a empezar.
 Vivir la vida loca, 
sentir el espíritu del carnaval,

 Año tras año, 
se disfrazan con disfraces 
 elaborados, pensados 
y ejecutados con mimo 
y ganas de sorprender,
 de romper la monotonía,
del día a día, 
del día laborable, 
del trabajo y la rutina.

 Romper sin mas
con el ritual, 
con los roles establecidos, 
reírnos juntos, 
sin parar
para y porque
 en Canarias 

¡Es carnaval !

LA CÁPSULA DEL TIEMPO

La vida a veces da vértigo. Vértigo pensar lo que queda y como irá cambiando. Paseas por un paseo de la costa y ves parejas mayores de la mano, viejas parejas con mucho amor, resignados y alegres. Hay de todo; algunos en silla de ruedas, otros, en vehículos motorizados llevados por sus parejas o acarreando a sus hijos o nietos.
 La vida pasa y el presente te hace bascular entre el pasado y el futuro. Los hijos crecen, se hacen mayores y tú,  mucho más. Y cada vez más, notas más el peso de la edad; empiezan a aparecer las molestias en los huesos, músculos y extremidades adonde la sangre fluye con más dificultad, sobre todo, en aquellos que tienen peor circulación. No importa si te bañas, hacer ejercicio o descansas, la sensación al levantarse es siempre gris, si bién enseguida se disipa y retomas el día con ilusión, olvidando aquellos pensamientos grises que entristecieron el amanecer, pero tan necesarios y reales para comprender nuestro fin. Un final secreto, oculto en nuestros genes, programados para tener un principio y un fin. Esa es la gran paradoja de la vida, dar para recibir, porque así se perpetúa la especie tal y como nos han enseñado los manuales de biología. 
Celebrar la vida todos los días, es casi una obligación. Estar vivos; poder seguir siendo bípedos, “ecologistas”, artistas o simplemente humanos, es un regalo que la madre naturaleza ha forjado en sus entrañas durante millones de años de evolución; desde la bacteria hasta los primates, configurando un mapa de vida complejo, variado y fascinante. Secuenciamos el genoma, conocemos muchos de los entresijos moleculares de nuestras células, pero no hemos comprendido todavía la alquimia de la felicidad. Envidiamos, deseamos, amamos, lloramos, queremos y odiamos todo ello junto y separado por etapas o momentos. 
Poder encerrar el tiempo en un frasco y experimentar con él es todavía un reto inalcanzable, quién sabe, cuando los físicos teóricos lo conciban como un coctel de partículas que se frenen entre si y consigan parar el tiempo de su propio entorno, o sistema, entonces quizá podamos gozar de momentos o instantes para ralentizar o amplificar nuestros peores o mejores momentos.
Sin embargo, si este deleite es siempre constante no tendríamos un referente contrario para identificarlo, compararlo y nos habríamos quedado encerrados en una especie de cápsula de la mentira. Quizá esta sea la definición más suave de nuestro final: encerrados en una auténtica cápsula invariable de tiempo.