Por un instante pensé que era una ilusión,
un fugaz sentimiento de no ser real, de ser una creación de mi propia mente.
Con esta visión viajó mi cerebro y procesó, de forma consciente, que sería: o la
gran construcción personal o el resultado de los anhelos y esperanzas de los
demás. Y si en verdad mi yo fuese un espejismo, ¿un mundo paralelo viviendo
dentro de los demás?
Rebeca estaba conduciendo por la autopista
del Norte en dirección a San Juan de la Rambla. Iba a pasar el fin de semana en
la casa que le dejó su abuela Nayra. Desde muy pequeña había sentido una gran
admiración por ella, sobre todo por su capacidad para inventar historias y la
alegría tan grande que siempre compartía. Se reía de sí misma y exhibía una gran
habilidad social para comunicarse con los demás sin importar su condición,
ideología o situación.
Mientras en su
viaje interior, y paralelo al desplazamiento del coche por la autopista, sintió
la conexión a la que se refería su abuela. Pensaba en las vueltas que da la
vida, el mundo, el bombo de su lavadora, un baile cíclico y monótono, donde la
materia de unos y otros se mezcla en el disolvente y acariciándose mutuamente
se intercambian restos celulares y se hacen hueco nuevas ilusiones.
A su izquierda apareció el Teide, “nariz
proyectada al cielo”, decía su abuela que ella debía mirar siempre hacia
arriba, como el Teide, con la barbilla bien alta, y así estarían conectadas, no
en el sentido espiritual sino metafísico. Rebeca con 12 años no entendía nada.
Gracias abuela, ahora sé que es estar
conectadas, y no se si seremos las dos una ilusión pero al menos sé que la compartimos
alguna vez y, más allá de la vida, de la tuya, la seguimos compartiendo.
La metáfora bíblica a la que Rebeca había
combatido con dureza en innumerables discusiones de café estaba cobrando el
sentido de la abstracción, de la dimensión humana, de la espiritualidad, de la
conexión cielo-tierra, de la mirada hacia el cielo, de la enseñanza que debía a
su queridísima abuela Nayra.
Se desvió hacia la derecha y llegó al
pueblo. Le esperaba un duro encierro para darle un buen empujón a su proyecto.