lunes, 13 de septiembre de 2010

Cuadernos de viaje

Poco dais si sólo dais de vuestros bienes; dais de verdad cuando dais de vosotros mismos

(cita del poeta libanés Khalil Gibrau).


Santiago de Compostela, 2 de Julio de 2010

Destino final de caminantes, viajeros sin rumbo y otros turistas acomodados, ofrece un abanico de posibilidades, todas ellas placenteras, espirituales y alejadas de la monotonía; bullicio en sus calles y rincones, ocasiones para alimentar al cuerpo y al espíritu, a la materia y la antimateria, y proporciona descanso, enriquece nuestros deseos de disfrute y resta banalidad a lo material, elevándolo a través de sus monumentos al mismísimo cielo, universo o infinito.
La catedral de Santiago se erige majestuosa en la Plaza del Obradoiro; pisada por todos los que aquí llegan, suelo, roca y aire, digna obra del ser humano, nunca conforme con lo que tiene y siempre deseando algo del más allá, algo del “más espacio” que nos rodea.
Alta figura, corpulenta, forjada desde la más simple arena, desmenuzada pacientemente en el transcurso del tiempo, cuyos orígenes se remontan a la historia geológica; obra que representa el dominio de los materiales rocosos por el ser humano, modelada desde el suelo, hacia arriba, inalcanzable pero real, ¡así es la catedral!

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