LA VENDA
Un sofocante segundo día de julio. A las 9:32, luce, todavía, la venda sobre sus ojos. Nada había que pudiera hacerle cambiar.
Los días anteriores habían sido duros, agotadores y nada productivos. El sudor le corría por las sienes y las corvas de las extremidades estaban selladas por su presencia. Las manos, hinchadas por el calor, eran torpes y lentas.
A las 9:37 no sabía qué hacer. Si volver a echarse un café negro o, simplemente, dejar pasar los minutos y abandonarse a sus pensamientos. Se molestó en buscar los ecos del silencio: Una alarma recién conectada, un zumbido de dudosa fuente, un “silencio” entre medias y, sus tripas, orquestando un diálogo de ultratumba. Pegó el oído al suelo de mármol, más frío que las paredes, y el eco se fue amortiguando. Inhaló, exhaló, y se dispuso boca arriba para sentir el peso de su cuerpo. A las 9:43, yacía tendido en el salón de su casa. La venda le cubría sus ojos. A las 9.55, en el sueño REM, la venda desapareció.
Un sofocante segundo día de julio. A las 9:32, luce, todavía, la venda sobre sus ojos. Nada había que pudiera hacerle cambiar.
Los días anteriores habían sido duros, agotadores y nada productivos. El sudor le corría por las sienes y las corvas de las extremidades estaban selladas por su presencia. Las manos, hinchadas por el calor, eran torpes y lentas.
A las 9:37 no sabía qué hacer. Si volver a echarse un café negro o, simplemente, dejar pasar los minutos y abandonarse a sus pensamientos. Se molestó en buscar los ecos del silencio: Una alarma recién conectada, un zumbido de dudosa fuente, un “silencio” entre medias y, sus tripas, orquestando un diálogo de ultratumba. Pegó el oído al suelo de mármol, más frío que las paredes, y el eco se fue amortiguando. Inhaló, exhaló, y se dispuso boca arriba para sentir el peso de su cuerpo. A las 9:43, yacía tendido en el salón de su casa. La venda le cubría sus ojos. A las 9.55, en el sueño REM, la venda desapareció.